Comentario
Capítulo LXI
De cómo el gobernador don Francisco Pizarro fundó una ciudad en el valle de Xauxa, que es la que después se pasó al valle de Lima; y de la muerte del Inca, y otras cosas que pasaron
Pizarro, como se dijo atrás, entró en Xauxa, con los suyos. Procuraba traer a su amistad a los guancas y yayos; por entonces, no pudo venir, en efecto, su propósito.
Almagro y Hernando de Soto salieron con algunos caballos en busca de los indios de guerra, con los cuales se juntaban muchos de las comarcas para defender sus tierras de los españoles, afirmando que si habían prevalecido contra ellos, había sido por cumplir el mandato de Atabalipa, que siempre mandó que los sirviesen y no les diesen guerra. Estando en Caxamalca tan pocos como eran los que estaban antes de ser llegado Almagro, y aunque conocían cuán mal les iba en las peleas, animábanse, creyendo que Dios sería servido de volver por ellos sin permitir el daño tan notable que les venía. Hacían grandes sacrificios; ellos tienen por dios soberano al sol, mas en las mayores tribulaciones, piden el favor del gran dios de los cielos, hacedor de todo lo criado, a quien, como muchas veces es dicho, llaman Ticiviracocha. Vieron cómo se habían aposentado los españoles en el valle; tenían pena porque del todo no lo abrasaran y destruyeran. Retrayéronse por el real camino que va al Cuzco, sin pensar que los vendrían siguiendo, mas cuando no se cataron oyeron el bufido de los caballos, de que recibieron gran temor, aunque eran muchos. No tuvieron consejo, antes, temiéndolos, se desordenaron, procurando de escapar con vida.
Los españoles cruelmente mataban en ellos tanto, que por muchas partes no se veía sino sangre de la mucha que de las heridas salía. Y así fueron siguiendo el alcance donde hubieron gran despojo, prendiendo muchas y muy hermosas señoras, y otras indias naturales de diversas provincias del reino: entre las cuales se conocieron dos o tres hijas del rey Guaynacapa. Con este robo dieron la vuelta teniendo por grande hazaña las muertes que habían hecho en los desarmados y tímidos indios.
A Xauxa, donde comenzaron a venir de paz los guancas y yayos y otros señores, excusándose delante de Pizarro por no haber venido, afirmando que no había sido en su mano, recibíalos a todos muy bien, procurando que no les fuese hecho ningún maltratamiento ni robo. Amonestólos que fuesen fieles a los españoles: hízoles entender cómo venía por mandado del emperador a poblar aquellas tierras de cristianos; y a que les diesen noticia de nuestra fe, para que, oyendo la palabra del sacro evangelio, se volviesen cristianos, y otras cosas les dijo sobre este caso. Respondieron lo que vieron que convenía para estar seguros; los más de estos señores están vivos y cuentan estas cosas tan por entero como si pasara ayer.
Pizarro, como vio que tenía algunos amigos y que el valle de Xauxa era grande y demás de ser tan poblado estaba en el comedio de aquellas comarcas, determinó, con acuerdo de los que con él estaban, de hacer en él una nueva población de españoles, y así se fundó aquí una ciudad, que es la misma de los Reyes, que fue causa que en la primera parte no traté de esta fundación porque no permaneció. Estuvieron aquí más de veinte días, alegrándose con juegos de cañas que hacían. No salían galanos a ellos, mas salían tan costosos cuanto querían con el oro que se Ponían. Conocían la merced que Dios les había hecho en les dar gracia y esfuerzo para descubrir tan gran tierra y llena de tanta riqueza.
Desde este valle envió Pizarro a ciertos españoles para que mirasen la costa de Pachacama para ver si en los yuncas sería concertado hacer otra población con la gente que venía en las naos cada día. Mandó asimismo el capitán Hernando de Soto que saliese con sesenta caballos, camino de la ciudad del Cuzco sin se dar mucha prisa a andar: porque, asentadas algunas cosas que convenía en la nueva ciudad, Partiría para se juntar con él; Soto, con los que con él habían de ir, salió luego.
Yncurabayo y otros capitanes habían hecho sus albarradas y fuerte para dar guerra a los españoles. Súpolo Soto; avisó a Pizarro para que luego saliese. El nuevo inca que se coronó en Caxamalca adoleció en este valle, de que murió. Pesó mucho a Pizarro de ello, Porque había dado muestra de buena amistad. Mandó quedar por su teniente y justicia al tesorero Riquelme con la gente convenible; con la demás, salió de Xauxa. Los indios estaban en Bilca; cosa muy principal y de mucha importancia en este reino, según conté en mi Primera parte, a que me refiero. Había hermosos edificios y templo con gran riqueza; quemaron lo principal de todo, sacando las mujeres sagradas y los tesoros porque los españoles no se aprovechasen de ello. Dos caminos, si no son tres, salen de esto que llaman Bilcas reales; todos los tenían los indios ocupados; y como están en un cabezo alto, arrojaban tiros contra los españoles, que ya llegaban junto a ellos. Tanto era el miedo que habían cobrado a los caballos que habían perdido todo el ánimo; cuando no los veían, hacían fieros, parecíales que con mil españoles pelearían; como oían sus relinchos y su talle, temblaban de miedo, no peleaban ni hacían más que huir. Así les acaeció en este día, quedando muertos y heridos muchos del aprieto y alcance que los españoles les dieron. Ellos no hirieron ni mataron ningún caballo ni cristiano. Descansó aquella noche Soto del trabajo que habían tenido.
Pizarro venía caminando. Llegó a Bilcas a cabo de tres días, donde halló cartas de Soto de lo que le había sucedido. Los indios iban quejándose de sí mismos; espantábanse cómo no tenían el ánimo que tuvieron en tiempo de los incas, pues vencieron tantas batallas. El pensar en los caballos los desatinaba; por una parte, los temían; por otro, sentían que gente extranjera, y tan diferente a ellos, los señorease. Esto los convencía a querer morir por no verlo. Determinaron de aguardar en el río de Apurima, para ver si algún día les sucedía a sus enemigos alguna desgracia.
Soto pasó a Carambe y el río de Abancay. Una cosa he oído decir, que en estos alcances hallaron las puentes de los ríos de Abancay y de Apurima deshechos, y que los pasaron en los caballos, y que después nunca se ha visto que caballo los pueda vadear, especialmente el de Apurima; aunque también me han dicho que los pasaron en puentes, pero angostas. Los indios que estaban en Apurima, tomando nuevo consejo acordaron de pasar a Lamatambo y no aguardar allí. Súpolo Soto y anduvo hasta que se vio, con los caballos que iban con él, de la otra parte del río, a nado, o por puente. Pareció a los más que sería acertado aguardar a que llegase el gobernador con la demás gente. Soto dijo que no era tiempo de parar, sino cambiar en seguimiento de la victoria, pues Dios era servido de se la dar. Como esto dijo, partieron; salieron de aquel lugar caminando por donde estaba la junta por el camino real de Chinchasuyo.